sábado, 17 de septiembre de 2011

De tanto estar tirado en el pasto me pica el cuerpo, uso los diez dedos para rascarme, una uña por cada lugar que pica. Y los de los pies también, porque los tengo entrenados. El oficio de mirar el sol mientras me acuesto en el pasto no es gratuito, tiene el costo del picazón. Pero quien duda en bancarse lo que pica por ver el sol entre los pinos. Nadie lo duda. Ni José que es rígido como el vidrio, y por lo tanto bien frágil, deja de ver el sol colarse por esas hojas raras que tienen los pinos.
Mientras tanto las hormigas se alimentan de uno, y pican mas que el pasto, pero no es duradero el dolor, y pasado el tiempo uno se acostumbra y hasta lo disfruta. El sol, ese que flota ahí arriba, es lo que más me gusta del cielo. De día él, y de noche ella, la de gris, que es más chica, y cuando está llena aclara la noche para que parezca de día, por celos talvez. José me dijo que el sol nos da la vida, que sin él no podríamos vivir, no se si es tan así, pero es lindo, muy lindo. Brillante. Naranja y amarillo, aveces bien seco y otras pesado y húmedo, ese que a uno le hace transpirar la espalda, chorreando gotitas que usan de camino la espina dorsal.

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