jueves, 6 de octubre de 2011

Un desconcierto a Eduardo, y él deja de latir.

Tenés el vaso
que es todos
los vasos
del mundo.

Agarra el vaso, bebe, deja, se va. No recuerda el vaso.

Eduardo
ve los vasos
y ve los
ojos de
los corazones.

Jueves 23 de Mayo:
Hoy caminé lentamente, pisando el piso, aplastando el piso con mi zapato. Talón, movimiento y punta del pie. Plash, y otro plash, a ritmo. Y vi el vaso, no el vaso en sí, sino la sensación que llamamos vasística. Vi en el árbol el vaso, o más bien el vaso en el árbol. Parejas jóvenes encarnadas en trajes que no, ami no me quedan, aunque ellos esperen solos en esas entradas. Solos con ellos, solos parejas. Que asco. El frío abierto y entre medio de él hay discusiones, leves voces que dos asquerosas personas, susurran.

Así sos - y Eduardo levantaba el vaso más que un vaso viendolo a contraluz con el brillo del sol matinal que escurre y resalta traspasando el ventanal- y asi vos - levantando el otro vaso, hermano del anterior y tan diferente, tan desigual - Tengo dos vasos.
Eduardo, ¿Vamos? le dice Agustina ya lista y preparada para almorzar en lo de los padres de Eduardo, es Domingo, y los domingos acostumbraban a no hacer eso. Si, pará, ¿qué vaso es más vaso? y los señala, un ojo se le cae por el cachete. Los dos son vasos, dale no te pierdas en todos lados y en ninguno, menos debajo del mantel, que lo lavé esta mañana, tiempo que, sabés bien, no nos sobra, sabés bien que cuesta, que yo, esposa tuya Eduardo, yo esposa tuya Eduardo, yo esposa tuya Eduardo, yo que lo arrebato, y salgo todas las noches a ganar el tiempo de cada día, a ganarlo entre mis manos, entre tantas de... y relojes también, y flores, y estos vasos.
Vamos, dale que mi vieja nos espera mujer.
Eduardo le pega al grito, bien fuerte, le pega y lo sacude. Le pega al grito hasta hacerlo sangrar. ¡Vamos hijo!, y un nene corretea desde la habitación por el pasillo hacia los brazos cerrados de Eduardo, que los abre, que lo abraza, que lo sube al aire.
Vamos dice Agustina, vamos dice Eduardo, vamos dice el minúsculo.
Y se van,
entre las
paredes, con poros
con ásperos
poros
que Joaquín,
el nene,
roza con sus yemas
mientras Eduardo,
el valeroso,
el fuerte,
lo lleva alzado
por el pasillo.

Y se van, porque mama-suegra-abuela espera.

El corazón dejando de latir, despacio en sus últimos suspiros, es como que quiere asomarse a una superficie a respirar. Pero, lástima, no hay tal superficie.

¿Amor? ¿estás bien?
Con desconcierto
a Eduardo.

y Eduardo deja de latir.

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